Oh leganense del mañana, y que gran placer es la conversación! Conversar de alguna manera contigo, me perderé las respuestas, las críticas, mis errores intelectuales de siglo 21. Qué placer debieron sentir en aquellas noches, junto a los naranjos y el fresco, en los patios Cordobeses, los árabes cultos que pasaron del desierto al paraíso del Guadalquivir. Cuando Dubai era una caseta de pescadores en Córdoba ya se traducía a Platón y Aristóteles. El legado perdido de los sabios, copiado a mano en los miniados del Monasterio, el nombre de la Rosa y el poder de la risa. Qué placer no encontrarían los griegos en la stoa o en el banquete, para renunciar a cualquier lujo menos a la sabiduría. Qué pequeño horror es el chat o el foro frente a las miradas, los silencios, el tacto enamorado de un pensamiento conjunto, libre, creador, compartido, de la tertulia.
Qué horror una televisión sin escritores sin poetas sin filósofos, con opiniones correctas, con desafueros programados, el peor de los delitos es habernos quedado sin cómicos. El salón del XVIII con esas mujeres peligrosas, aristócratas y libres, antes, de que la revolución burguesa las encerrara en la cocina, en la capilla en el piano, en el matrimonio mixto del gatopardo. El salón del XIX, genio romántico, el bohemio muriendo a los treinta en busca del Ideal, salones con microbios, con hambre, sífilis, tuberculosis y duelo. El decamerón o las noches de nieve en los pueblos, donde el abuelo transmite el saber oral, la tribu africana, donde los ancianos dan consejos mediante fábulas, el hindú, aconsejando no montarse en un tigre, porque ya nunca, te podrás bajar. El pastor portugués que como el abuelo de Saramago besa y despide a cada una de sus ovejas antes de morirse. El derviche, girófago, imitando a los planetas con su danza, la cábala del hebreo persiguiendo a Dios -creador de los números y del lenguaje- buscando el nombre de Dios en sus adjetivos y en sus combinaciones aritméticas, el artesano pintor, de los musulmanes, en su ascenso geométrico por el paño de Sebka y el dibujo cúfico. ¿La cultura de la conversación se muere y por qué? Porque las humanidades están heridas de muerte. Porque los espacios se diseñan para la música y la venta de alcohol, para la tontería ligera, para excluir el placer de hablar y de decir, para el regreso al baile y el cuerpo, para viajar en cruceros y la gluteoplastia.
Porque la universidad busca clientes porque también es factura en función de un título, y la especialidad se fractura, y la fractura se masteriza, y la masterización se atomiza y el profesorado será una lejanía dentro de tu casa, una pantalla íntima para tí solo.
El viaje de las mentes es un crucero hacia las estrellas, el tacto de una mano admirada, un amor encubierto, el conocimiento es, lenguaje bello, crítica en lo nuevo, recuerdo del pasado, conjetura hacia el futuro. El libro nos devuelve la materia gris del maestro inmortal, por el atanor bajo del libro, la arena perdida, sube, al reloj de nuevo. El libro nos hace posible el imposible eterno retorno, mientras el retorno físico no sea posible, imposibilidad que hoy creo, pero posibilidad que no descarto para mañana.
(Continuará)
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